miércoles, 19 de febrero de 2014

Flores de un día


Aún la quieres cuesta arriba,
arrastrando las botas como la respiración.
Las palabras que más valen siempre cuestan.

Te cuesta
cualquier cosa,
también dejarte caer.
Cerrar la puerta.
También llorar,
abrir del todo una mano,

afrontar la plenitud de su mirada
perdida,

llevar flores
al lugar en el que yacen
los primeros días de tu vida.

Letras en la arena

La niña escribe su nombre en la playa
y la arena dice: hola, ola, ahora me llamo así!

Esa S se parece a la serpiente de espuma de esa ola.
Crece por dentro como la pena de la o.
Busca la salida en la mano abierta de la a, que quiere llevarte a casa.
La casa que el viento de los años derribó.

La alegría tiene mayúsculas secretas
que a veces pierden el pudor
y corren al mar desnudas
gritando
como la infancia.

La A es una montaña que baja a la playa,
donde la niña escribe su nombre, que,
----aaaaaaaaaaaaaaaah,
oooooootra olaaaaaa----
se lleva
como si nada
el mar.

Quiero escribir así, como su dedo en la arena,
sintiendo cada letra junto al fuego del mar,
sin miedo a sentir lo que quema perderse,
sin pensar
qué vendrá o no vendrá después, 
dónde acabará la porfía del yo,
su deseo de ser para qué,
para quedarse
en el lugar donde ha sido feliz.

martes, 18 de febrero de 2014

Un siglo de vida

Mi abuela va a tener un siglo de vida.
Quién dice que se fue?
Yo no la vi morir, solo
dejé de verla.
Es el único sentido suyo que perdí.

Vive. Tiene de nombre un canto rodado.
De tanto rodar de boca en boca de la gente
ese nombre, que hoy parece mío,
fue perdiendo letras por la forma del camino.
Aró el amor por la tierra sin parar, como algunos estribillos.
Perdió una e y una t, pero no sufrió por ello. O lo hacía sonriendo.

Más o menos letras, aquí todo sigue igual,
los viejos tiempos, la novedad,
la casa pero vacía,
la ropa pero sin tacto,
la foto de los abuelos sin saber a quién mirar,
la cama
que ya no puede dormir.

Todo sigue en el mismo lugar,
como la espera,
salvo los pájaros que van cambiando de día.

La abuela, todo un siglo,
fue la primera en nacer. Con ella nacieron mis ganas de ser.
Se hizo fuerte y comadrona:
asistió a los partos de sus 17 hermanos.
Dónde figura ese oficio de Dorinda niña,
dónde vive la historia que queda en casa
cuando otros la habitan? Guarda el aire familiar?

Miras al horizonte como a la casa perdida,
como si posases para la foto
que te harán.
El pasado es siempre una pregunta.
Eres tú? Te ha cambiado el tiempo de lugar?

Quizá alguien más que yo vive
con mi abuela,
pensando en subir las escaleras de casa de dos en dos
cantando, comiendo pan.
y toca aún con la voz su nombre que rueda y rueda,
y casi la oye decir Quen fora paxariño!

Y casi la ve volar.

La golondrina trepará en la oscuridad.Se hará la luz.
Vendrá a llamarte por tu nombre. Será otra cuando vuelva?

Vuela la abuela hacia el quevendrá,
quizá en busca de otro niño al que nacer.
La abuela Dorinda fue matrona.
La he visto en las palabras de mi madre
mojándose las manos en la fuente de la vida de la que vengo yo.

Aquí sigue el cordón umbilical
Aquí la memoria como un nombre
que no deja de rodar.
El de la niña matrona que fui en los años 20
que pronto cumplirá un siglo de vida.

domingo, 16 de febrero de 2014

Leona compulsiva

Son leonas porque leen. Y cativas porque pequeña sienten que es aún su libertad. Necesitan palabras que hagan instantes o historias que les ayuden a vivir. Más. Más libremente. Otras vidas. La suya desde otro punto de vista, como dando un rodeo para vérsela mejor. Pero eres tú?, se preguntarán atónitas alguna vez al ver su ropa a secar en una novela del 77.
Podrían ser leones pero ya sabéis en quienes recae el verdadero trabajo en esa especie. Ellas no se cansan de leer. Pondrían la mano en el fuego por un libro. Por un amor que no es perfecto pero sí auténtico, real, y da tanto como pide. Un buen libro, ya sabéis, pide mucho y no siempre deja satisfecho, pide quedarse a leer en ti durante un tiempo, a veces mucho tiempo. Puede pasar años agazapado en la fila de atrás hasta que de pronto decide asomar de tu bolsillo un personaje o un momento especial o unas palabras ligeras o graves que no creías recordar. Otras veces sí recuerdas que recuerdas, eres un leona liberada por su memoria de elefante.
Memoria de elefante es un buen libro que nunca terminé quizá porque le dije no desde el principio, pero le daré una tercera oportunidad. La segunda tampoco he sabido aprovecharla. Ahora tengo dos libros junto a mi mesa que me dicen Cuéntame! Uno es un regalo y otro un préstamo. Ambos, de valor, al menos para mí. Para quién si no? Quizá para ti también. Debo dar las gracias a mis lectores mentores, que son varios (entre otros, Paco, Héctor, Bea, Elena, Ricardo, Dores y Maribel), y empezar a escribir sobre uno de ellos. Con estos libros empiezo el 2014, que en realidad comenzó con la reedición de los Diarios de Pizarnik y Las chicas de campo, de Edna O'Brien, después de un final de año en compañía de Eva Veiga, Anne Sexton, Alice Munro y Joyce Carol Oates. Los dos libros sobre los que ahora quiero escribir son La vida era eso, de Carmen Amoraga, premio Nadal de Novela 2014, y La extraña desaparición de Esme Lennox, de Maggie O'Farrell. No entraré a comparar nada, no porque las comparaciones sean odiosas sino porque no proceden. Las dos novelas me han gustado mucho, de forma diferente. Empezaré por La vida era eso, que ha sido la primera que he leído de las dos y una terapia en el abismo de la pérdida. Con esta novela he llegado a la poesía vertical de Roberto Juarroz, que dice, como dice que dice Amoraga: "... pensar en un hombre se parece a salvarlo". Pensemos en un hombre. O en una mujer a la que moriríamos por abrazar como antes, o quizá como nunca lo hicimos. Aquí empieza La vida era eso. Sujeta a un principio que encierra un final. Amoraga escribe, suena en la radio Whitney Houston y en la cocina hay restos de la cena de ayer. No será una escena sublime, pero sí tan familiar que podría ser nuestra. Entramos en un hogar feliz. Pareja de 40 con dos niñas de caracteres tan distintos que no podrían ser sino hermanas. Son argentinos, dicen boludo y acentúan los verbos a su bola. Están en España y se han venido por trabajo. Las niñas son niñas. Ellos se quieren y se soportan, y de vez en cuando no se soportan y se gritan y piensan en dejarse. Son ¿una familia normal? Una familia más feliz de lo que creía hasta que la enfermedad viene a enmarcar esa felicidad. El lector, tú, yo, sabemos esto desde el principio. Amoraga decide anticipar el mal trago y advertirnos de todas las fases de un duelo que, como diría un psicólogo, es necesario pasar. Aquí se escriben con detalle y a menudo buen gusto, sin grandes piruetas narrativas pero con una naturalidad que se parece a la vida como es, algo rara, cotilla, sobrada de vanidad y necesitada de afectos, propensa al juicio exprés de los otros, a encontrar porqués y contarse a su manera en el Facebook. Me he sentido identificada en Giuliana, la mujer que pierde, pero también en William, el que se va, y en sus hijas Ana y Marie, pequeñas pero fuertes en la despedida. Como solo los niños lo son. En el libro hay muchas referencias que anotar, como un viaje a la poesía de Juarroz o esa frase de Confucio que se lee en un sobrecito de azúcar: "Todos tenemos dos vidas. La segunda empieza cuando nos damos cuenta de que tenemos solamente una". En esta segunda vida de Giuliana, William vive un glorioso retiro en lo que podríamos convenir es el cielo, el recuerdo que queda de nosotros en quienes nos aman. "Sabe que está sublimando a su marido. Sabe que hay una parte oscura que tenía que ver con lo enrevesado de su letra, pero no le apetece recordar. No quiere saber de las broncas, de los cambios de humor, de aquella vez que estaba embarazada de Ana sin saberlo y le sorprendió haciendo la maleta...", escribe Amoraga. Escribe que otros escriben, tira una red de palabras a quienes se resisten a ser engullidos por un silencio total. Este es un libro sobre la comunicación, sus canales, sus trampas y sus límites cambiantes. Sobre el poder terapéutico de la palabra. Hay situaciones en la novela que no resultan verosímiles, como la relación de Giuliana con María Martín, una especie de viuda alegre, o lo que ocurre finalmente con Santi, el "pudo haber sido..." de Giuliana. Pero en ocasiones las palabras encajan tan bien con las emociones, con esa superpoblación de sentimientos nuevos, extraños, vulnerables, que habita la experiencia de la pérdida, que una solo puede sonreír. Sonreír como el dolor cuando lo pillan in fraganti. Y seguir adelante, seguir leyendo, viendo cómo lo grave se mezcla con lo cómico, lo feo con lo espléndido, la alegría con el dolor, el amor con los trapos sucios, la infidelidad con la lealtad. La ausencia con toda la ropa del armario, con los amigos, con los libros que te eligen. Con tu pasado presente y los sueños que te abren los ojos. Con todo lo que eres. Una leona que dice Ya está bien por hoy. Apaga la luz y enciende un nuevo libro que ya te contará.

jueves, 13 de febrero de 2014

Necesidad

Le dijiste a tu madre como quien dice
Bajo a comprar cien gramos de jamón"
"Serán muchas las hojas, raíz hay una sola", dice Yeats
que querías tener otro hijo.
Movió la cabeza como diciendo Tú verás,
pero su sonrisa reversible o tu miedo de siempre respondieron:
Para qué, para cuidarte?
Fina era la ironía de tu madre,
como un alfiler,
con su cuerpo largo delgado entero y algo en su cabeza
capaz de mantener día a día el dobladillo en su sitio.
Parecía otro su cansancio en su voz para la niña
que eres. Y en su pelo montado como una caracola con acento familiar.
Y en sus vaqueros rectos, y en sus botas, y en el nudo de su pañuelo al cuello.
En la camisa planchada como no querías tú. Sin arrugas. Perfecta?
Te pareces a ella en otras cosas, en la furia lenta de los jueves,
en el crujido de un barquillo, en el juicio minucioso de los ojos,
en esa manera de agarrarse a lo suyo como a la silla libre del bar.
No eres ella, pero estuviste allí y lo recuerdas.
No me preguntes cómo. Como un leve soplo al corazón?
Al volver de un viaje, el lugar vuelve contigo.
Piensas en ello a menudo al pie de cada factura,
al girar como un pie de bailarina la cucharita en el café.
Tal vez algún día ella quiera que vuelvas
para echarse en tu amor guardado como las sábanas bordadas,
duras como la vez que perdiste a la abuela
en la caja, por no perder el turno.
Quizá quiera volver a llamarte
mamá, como cuando tu hija cambia los papeles,
y dormirse en las palabras que se tapan los ojos para no verla sufrir.
Quizá quiera volver
para estar en ti como en un cuerpo de hierba.
Pasan los cuerpos por rutinas rigurosas.
No somos nada, pero queremos algo.
Sabemos que hay cosas que no suceden,
pero existen.
Hoy vives
como aquellas noches de hace 20 años,
en una fiebre que abrió en canal un siglo
llevándoselo todo salvo la necesidad.

En mitad de la lluvia y de la fiebre,
perdida,
hasta la tapa del contenedor que hace pa pa
es capaz de agitar tu corazón.

Quiero
saber
si soy
cierta.
Lo que tienes de mí.

Hay cosas que no suceden
pero existen