sábado, 22 de marzo de 2014

Memoria en las manos

Si me diesen a elegir algo de mí,
si me dijesen debes quedarte con una sola cosa tuya,
escogería dos,
mi lenta y torpe mano izquierda, que casi nunca se entera de nada,
y la derecha sin norte, mirando al sur, como una loca, que sube y baja en picado
con varillas de colores buscando el punto de nieve en estas claras.
La mano diestra que empuña la aguja de ojo grande de coser botoncitos en pichis escolares.
Qué es pichi, mamá?, dice la niña con los ojos ardientes de kiwi gold
volando como su falda

Cuando dice mamá, mi corazón dobla su volumen
como los huevos después de una larga batida a tenedor.

Me quedaría con mis manos ásperas como alfombras viejas,
torpes, con venas como cadenas montañosas que trepan hasta arañar el sol,
con su miedo a las alturas,
con uñas que no quieren crecer nunca jamás.

Manos que no son nada bonitas,
pero hacen cosas,
que tantean mililitros de luz en la sombra.
que se muestran a menudo como son,
en su huida circular como la vida.
Han roto varias cosas,
un vaso, dos, un plato,
un payaso gris de porcelana,
una promesa, dos, tres...,
una carta,
la pajarita de papel de una sonrisa cansada de esperar,
esa sonrisa que decía sin palabras sostenme con tus manos,
una en cada comisura,
porque sola no podré,
me caería hacia la sombra del olvido.

Las manos hacen a diario una masa de fermento
con lo que tienen a mano y un deseo:
hacer de poca cosa algo con sabor.

Las manos, que tienen tacto, no olvidan.
Lo recuerdan todo
mucho mejor


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