sábado, 29 de marzo de 2014

Conversación

Era todo para ti. Siempre fue todo para ti, dice la mujer tendida sobre la cama. Habla con su hija, que no se atreve a mirarla de frente, que la mira desafiante mientras un fuego prende en su interior cerca de las malas hierbas de un barrio marginal de la memoria. Ella quisiera arrancar esas hierbas, pero no puede. Ama a la mujer tendida que llora con una sonrisa como un electrocardiograma de Chaikovski. Pero no es capaz de alzarla, de darle la mano y llevarla de paseo al jardín, entre los últimos árboles del verano. Qué corto es el letargo del último verano, tan parecido a los primeros, pero mucho más amarillo, con una densidad capaz de desalojar cualquier perspectiva. La mujer de alta barbilla quisiera decir a su madre de corazón tendido: por favor, no te vayas.
Pero no le dice nada, sólo se habla para dentro. No te preocupes, se dice, no pasará nada, se dice, no te preocupes, no, no. Se sienta a su lado, con miedo a tocarla e irse tan lejos como sospecha que se irá ella. Y aguarda lo que va a ocurrir.
Y ocurre que su madre se incorpora, sin el peso de los años.
Y se queda. Y le dice al oído: por favor, no me pidas que me vaya.
Entonces, coge mi mano, mamá.
Y escribe.
Mi madre cuando era más joven que yo

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