domingo, 16 de febrero de 2014

Leona compulsiva

Son leonas porque leen. Y cativas porque pequeña sienten que es aún su libertad. Necesitan palabras que hagan instantes o historias que les ayuden a vivir. Más. Más libremente. Otras vidas. La suya desde otro punto de vista, como dando un rodeo para vérsela mejor. Pero eres tú?, se preguntarán atónitas alguna vez al ver su ropa a secar en una novela del 77.
Podrían ser leones pero ya sabéis en quienes recae el verdadero trabajo en esa especie. Ellas no se cansan de leer. Pondrían la mano en el fuego por un libro. Por un amor que no es perfecto pero sí auténtico, real, y da tanto como pide. Un buen libro, ya sabéis, pide mucho y no siempre deja satisfecho, pide quedarse a leer en ti durante un tiempo, a veces mucho tiempo. Puede pasar años agazapado en la fila de atrás hasta que de pronto decide asomar de tu bolsillo un personaje o un momento especial o unas palabras ligeras o graves que no creías recordar. Otras veces sí recuerdas que recuerdas, eres un leona liberada por su memoria de elefante.
Memoria de elefante es un buen libro que nunca terminé quizá porque le dije no desde el principio, pero le daré una tercera oportunidad. La segunda tampoco he sabido aprovecharla. Ahora tengo dos libros junto a mi mesa que me dicen Cuéntame! Uno es un regalo y otro un préstamo. Ambos, de valor, al menos para mí. Para quién si no? Quizá para ti también. Debo dar las gracias a mis lectores mentores, que son varios (entre otros, Paco, Héctor, Bea, Elena, Ricardo, Dores y Maribel), y empezar a escribir sobre uno de ellos. Con estos libros empiezo el 2014, que en realidad comenzó con la reedición de los Diarios de Pizarnik y Las chicas de campo, de Edna O'Brien, después de un final de año en compañía de Eva Veiga, Anne Sexton, Alice Munro y Joyce Carol Oates. Los dos libros sobre los que ahora quiero escribir son La vida era eso, de Carmen Amoraga, premio Nadal de Novela 2014, y La extraña desaparición de Esme Lennox, de Maggie O'Farrell. No entraré a comparar nada, no porque las comparaciones sean odiosas sino porque no proceden. Las dos novelas me han gustado mucho, de forma diferente. Empezaré por La vida era eso, que ha sido la primera que he leído de las dos y una terapia en el abismo de la pérdida. Con esta novela he llegado a la poesía vertical de Roberto Juarroz, que dice, como dice que dice Amoraga: "... pensar en un hombre se parece a salvarlo". Pensemos en un hombre. O en una mujer a la que moriríamos por abrazar como antes, o quizá como nunca lo hicimos. Aquí empieza La vida era eso. Sujeta a un principio que encierra un final. Amoraga escribe, suena en la radio Whitney Houston y en la cocina hay restos de la cena de ayer. No será una escena sublime, pero sí tan familiar que podría ser nuestra. Entramos en un hogar feliz. Pareja de 40 con dos niñas de caracteres tan distintos que no podrían ser sino hermanas. Son argentinos, dicen boludo y acentúan los verbos a su bola. Están en España y se han venido por trabajo. Las niñas son niñas. Ellos se quieren y se soportan, y de vez en cuando no se soportan y se gritan y piensan en dejarse. Son ¿una familia normal? Una familia más feliz de lo que creía hasta que la enfermedad viene a enmarcar esa felicidad. El lector, tú, yo, sabemos esto desde el principio. Amoraga decide anticipar el mal trago y advertirnos de todas las fases de un duelo que, como diría un psicólogo, es necesario pasar. Aquí se escriben con detalle y a menudo buen gusto, sin grandes piruetas narrativas pero con una naturalidad que se parece a la vida como es, algo rara, cotilla, sobrada de vanidad y necesitada de afectos, propensa al juicio exprés de los otros, a encontrar porqués y contarse a su manera en el Facebook. Me he sentido identificada en Giuliana, la mujer que pierde, pero también en William, el que se va, y en sus hijas Ana y Marie, pequeñas pero fuertes en la despedida. Como solo los niños lo son. En el libro hay muchas referencias que anotar, como un viaje a la poesía de Juarroz o esa frase de Confucio que se lee en un sobrecito de azúcar: "Todos tenemos dos vidas. La segunda empieza cuando nos damos cuenta de que tenemos solamente una". En esta segunda vida de Giuliana, William vive un glorioso retiro en lo que podríamos convenir es el cielo, el recuerdo que queda de nosotros en quienes nos aman. "Sabe que está sublimando a su marido. Sabe que hay una parte oscura que tenía que ver con lo enrevesado de su letra, pero no le apetece recordar. No quiere saber de las broncas, de los cambios de humor, de aquella vez que estaba embarazada de Ana sin saberlo y le sorprendió haciendo la maleta...", escribe Amoraga. Escribe que otros escriben, tira una red de palabras a quienes se resisten a ser engullidos por un silencio total. Este es un libro sobre la comunicación, sus canales, sus trampas y sus límites cambiantes. Sobre el poder terapéutico de la palabra. Hay situaciones en la novela que no resultan verosímiles, como la relación de Giuliana con María Martín, una especie de viuda alegre, o lo que ocurre finalmente con Santi, el "pudo haber sido..." de Giuliana. Pero en ocasiones las palabras encajan tan bien con las emociones, con esa superpoblación de sentimientos nuevos, extraños, vulnerables, que habita la experiencia de la pérdida, que una solo puede sonreír. Sonreír como el dolor cuando lo pillan in fraganti. Y seguir adelante, seguir leyendo, viendo cómo lo grave se mezcla con lo cómico, lo feo con lo espléndido, la alegría con el dolor, el amor con los trapos sucios, la infidelidad con la lealtad. La ausencia con toda la ropa del armario, con los amigos, con los libros que te eligen. Con tu pasado presente y los sueños que te abren los ojos. Con todo lo que eres. Una leona que dice Ya está bien por hoy. Apaga la luz y enciende un nuevo libro que ya te contará.

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